Halloween sobre ruedas: los mayores terrores para cualquier ciclista
La noche de Halloween ese momento en que conjuramos todos nuestros miedos sacándolos a relucir de forma festiva. También los ciclistas tienen sus temores ocultos, situaciones y aspectos de este deporte en lo que ninguno quiere encontrarse jamas y que, cuando nos tocan sufrir nos generan una enorme cantidad de estrés.
¿A qué tienes miedo cuando montas en bici?
El miedo y el terror es la respuesta natural del ser humano ante situaciones desconocidas y que se escapan a su control, unos temores que toman forma en la noche de Halloween dispuestos a que nuestras salidas en bici se conviertan en una aterradora experiencia. Hagamos un repaso a los monstruos que nos acechan ahí fuera.
La bruja avería
Se trata de un ser horripilante que nos acecha en los lugares más inhóspitos y alejados de la civilización, prefiriendo sitios donde ni siquiera alcanza la cobertura de los teléfonos móviles. Sus ataques están dirigidos hacia nuestra fiel compañera con ruedas y buscan inutilizar alguno de sus componentes de forma irreparable. En el colmo de su maldad, a la bruja también le encanta hacer desaparecer nuestra multiherramienta justo cuando más la necesitemos o pinchará nuestra cámara de repuesto para dejarnos con la ilusión de que podríamos solucionar el problema.
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Si tenemos suerte, siempre podemos recurrir a la llamada salvadora para que alguien nos venga a rescatar pero ya os decimos que esta bruja suele atacar a los incautos ciclistas en el lugar más alejado de la civilización y donde no es posible comunicarse por lo que tendremos que caminar durante horas para alcanzar la civilización.
El hombre del mazo
Si la Bruja trataba de dañar a nuestra bicicleta, más temible aún esta criatura que acecha en las cunetas de caminos al incauto ciclista. Los pocos que han sido capaces de verlo antes de sufrir su fulminante ataque lo describen como un ser desgarbado que porta un enorme mazo de manera con el que golpea inmisericorde al ciclista dejándole totalmente fuera de combate.
Cuando somos atacados por el hombre del mazo todas nuestras fuerzas desaparecen de golpe y apenas somos capaces de dar una pedalada más. Nos mareamos y nuestra vista se nubla haciendo que cada kilómetro se convierta en un suplicio mientras soñamos con una ducha caliente y una cama en la que descansar, única forma de recuperarnos de los efectos del ataque de tan maligno ser.
El infierno de piedra
Las piedras causan al ciclista una doble sensación de fascinación y temor, sobre todo para el ciclista de carretera, acostumbrado a pedalear sobre una suave alfombra de asfalto. Sin embargo, hay veces que erramos nuestro camino y nos adentramos en este terrible lugar en el que el asfalto desaparece y su lugar lo ocupan los adoquines, cubos de granito que se ensamblan entre sí a modo de puzzle y que convierten en pedaleo en una tortura.
Quienes se adentran en este lugar a menudo se bloquean y se sienten incapaces de dominar su bicicleta, incluso se atreven a afirmar que las piedras tienen vida propia y se mueven para abrir huecos para que se meta la rueda de la bici haciéndoles caer de la misma. Sólo los ciclistas más valientes osan atravesar este paraje infernal y son capaces de salir victoriosos.
Los ciclistas de montaña y de gravel están más acostumbrados a pedalear por este lugar tan hostil sin embargo sus temores se hacen realidad en forma de grandes rocas, a menudo en medio de una bajada inclinada y en donde mantenernos sobre nuestra montura se convierte en un rento sólo al alcance de unos pocos privilegiados capaces de mantener la calma en estas situaciones para encontrar el camino para escapar.
El monstruo soplador
De todas las criaturas que encontramos ahí fuera los elementales son unas de las mas peligrosas por su naturaleza imprevisible e incontrolable. Cuando un ciclista osa adentrarse en sus dominios, a menudo localizados en grandes llanuras desprovistas de vegetación, el monstruo no duda en expulsarle mediante un potente soplido que mina las fuerzas del incauto pedaleante haciendo su avance tremendamente complicado y penoso.
Si aun así logramos resistir este envite, el monstruo volverá a soplar con más fuerza aún tratando de desestabilizarnos y buscando hacernos caer de la bici con violentas rachas. Sólo en compañía de otros ciclistas podremos contar con la fuerza suficiente para oponernos al vendaval que levanta el monstruo a nuestros paso y lograremos atravesar su territorio sin claudicar en el intento.
Los demonios de cuatro ruedas
Las carreteras son consideradas por muchos ciclistas como un lugar hostil. El motivo de ello es por estar habitadas por unas criaturas demoníacas de acero y cuatro ruedas que emiten un poderoso rugido a su paso. Su presencia impone al frágil ciclista que a menudo se siente indefenso ante ellas llegando incluso a verse superado por el miedo que provocan.
Sin embargo, pese a su apariencia horripilante, la mayoría prefieren ignorar al ciclista y salvo casos concretos no se suelen producir ataques más allá de gruñidos y aullidos con el que estos demonios buscan marcar un territorio que creen suyo. Si seguimos unas normas básicas durante el pedaleo nos daremos cuenta de que no son criaturas malignas como les atribuyen los escritos y de donde emana su denominación de demonios y que incluso es posible convivir con ellos compartiendo el mismo hábitat.
Los cantos de las montañas
Algunos de los lugares por los que suelen pedalear los ciclistas son tremendamente peligrosos. Hablamos de las zonas montañosas que dan cobijo a unos espíritus malignos que nos seducen con un sutil canto, una música apenas imperceptible que se inserta en lo más profundo de nuestra cabeza y nos obliga a adentrarnos en el lugar donde moran. Si lo hacemos caeremos en una terrible trampa ya que nuestro camino comenzará a apuntar hacia el cielo, cada vez más.
Sin embargo, presos de su hechizo, no seremos capaces de dejar de pedalear con una irresistible sensación de tener que saber que se oculta al otro lado de las montañas. Sin embargo, si nos dejamos llevar por estos cantos podemos acabar encontrándonos con pendientes imposibles que superarán nuestras fuerzas y harán que quedemos atrapados para siempre en estos parajes sin energías para regresar a casa. Las leyendas dicen que sólo los ciclistas más aguerridos son capaces de adentrarse en estos parajes para descubrir el paraíso que tratan de proteger los espíritus de la montaña con sus cantos.
El ciclista de la curva
Cuentan las leyendas que cuando vamos bajando un puerto o por un camino una visión fantasmal hace su aparición junto al trazado. Unos lo describen como una figura tenue de forma humana, de tez pálida y visibles cicatrices que viste casco de ciclista y harapos de lo que fue una equipación de licra. Tras esa fugaz visión el desdichado ciclista pasa por encima de un bache, una mancha de aceite o de una piedra y acaba con sus huesos en el suelo.
Esas mismas leyendas hablan de que la aparición es un espíritu que sufrió una caída en este mismo lugar con consecuencias fatales y trata de advertirnos de forma infructuosa ya que inevitablemente nos iremos al suelo en el mismo lugar. Leyendas que se han aferrado al común de los ciclistas que a menudo siente un temor irrefrenable cuando la ruta comienza a descender y la velocidad a aumentar.
La locura del ciclista
Montar en bici es una actividad tremendamente arriesgada. Los estudios desarrollados por prestigiosos científicos la describen como una terrible y adictiva droga que absorbe al individuo y lo convierte en completamente dependiente de su máquina de dos ruedas. Cuando se llega a este nivel el ciclista únicamente piensa en su siguiente dosis de pedaleo, todos sus ahorros se destinan a cuidar a su bici.
En los casos más graves el ciclista es capaz incluso de olvidarse de comer y comienza a perder peso hasta quedar prácticamente famélico, gastando energías únicamente en pedalear de forma que llega a ser compulsiva, cada vez más rápido, cada vez más fuerte, cada vez mayores distancias. Los afectados por este terrible mal pueden llegar a un extremo en el que no son capaces de dejar esta adicción y si se les impide contar con su dosis diaria sufren de un tremendo síndrome de abstinencia.
Caídas, averías sin solución a mitad de ruta, pájaras, puertos imposibles, los coches en las carreteras o dificultades técnicas son sólo algunas de las cosas que atemorizan a los ciclistas. Unos miedos que, sin embargo, aquellos que montan en bici son capaces de afrontar cada día ya que la recompensa que nos aporta montar en bici es capaz de vencerlos. ¿Y vosotros?¿Qué es lo que más teméis cuando salís a montar en bici? Cuéntanoslo en nuestras redes sociales.