La carrera más bonita del mundo
El infierno en la tierra, eso es la París-Roubaix. La mejor representación de un deporte de campesinos, labriegos, gente resistente de manos encalladas y espíritu guerrero. Cuentan que Federico Martín Bahamontes, el primer español en ganar el Tour de Francia, estuvo cerca de bajarse de la bicicleta en uno de los muchos esfuerzos agonísticos a los que entonces, más que ahora, te obligaba la ronda francesa. Cuentan, decía, que alguna vez estuvo cerca de bajarse de la bicicleta, pero que entonces recordaba lo que era el campo y la alternativa le reconfortaba, le ayudaba a seguir pedaleando cuando ya no quedaban fuerzas. Eso fue durante muchos años el ciclismo, una escapatoria para chicos humildes, la promesa de una vida mejor. La que consiguió Bahamontes montado sobre su bicicleta.
Pues bien la París-Roubaix, una de las cinco grandes clásicas del ciclismo, es llamada en este contexto "el infierno del norte". Y, ¿por qué se conoce así a una carrera de un deporte que ya de por sí lleva a los participantes al límite de sus fuerzas?, ¿por qué, si los parajes que recorre son idílicos, propios una obra de Coelho y no de lo que evoca su sobrenombre?
Una respuesta la dio Juan Antonio Flecha, un enamorado del ciclismo y uno de los pocos españoles que orientaron su carrera a las Clásicas del Norte. Arenberg, uno de los pasos adoquinados de la París-Roubaix, es un estrecho camino de dos kilómetros y medio de largo y apenas tres de ancho, rodeado de un espeso bosque en el que se escucha el canturrear de los pájaros. "Pero nosotros no escuchamos los pájaros, ni a los cientos de aficionados congregados", aseguraba el ex ciclista español en un reportaje realizado por el diario El País en el año 2008. "Solo escuchamos nuestro corazón, sus latidos acelerados", continuaba. Corazones acelerados, respiraciones agitadas y el estruendo de decenas de bicicletas botando sobre el irregular adoquín francés. Una estampa más cercana al infierno que fue Arenberg, como trinchera en la II Guerra Mundial, que al paraíso que cualquier turista intuirá a su paso.
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La lluvia y el barro. Si algo ha hecho especial la Roubaix son esas imágenes dantescas de ciclistas cubiertos de fango, caídas en terrenos embarrados y caminos polvorientos convertidos en auténticos lodozales. Una carrera de ciclismo en ruta se convierte con la aparición del agua en un sindiós más propio de otras modalidades. Modalidades que obviamente emplean bicicletas adaptadas a esas condiciones, ya que en ellas la escasa tracción de las de carretera hace que una Roubaix con agua sea absolutamente impredecible: el hábil y corajudo, aquel más dotado para mantener la verticalidad sobre la irregular pista de patinaje en la que se convierte el adoquín, gana enteros frente al más fuerte físicamente. Se da la circunstancia de que este domingo podríamos volver a ver esas imágenes, una París-Roubaix pasada por agua. Por extraño que parezca hace más de diez años que no sucede, por lo que la mayoría del pelotón no se ha visto en una igual en su carrera.
No hay, sin embargo, artículo que ilustre el espíritu de esta carrera y de aquellos que se someten cada año a la dulce tortura de correrla como lo hizo lo en su día Theo de Rooy. El ex ciclista holandés llegó a meta maldiciendo a todo el que se encontraba a su paso, cubierto de barro y exclamando: "Esto es un montón de mierda, un completo montón de mierda. Trabajas como un animal, corres sobre el barro, te arrastras, te resbalas, no tienes tiempo ni para limpiarte un poco. No sé cómo no nos volvemos locos". En esas estaba cuando un periodista se le acercó y le preguntó: "Theo, ¿correrás otra vez el año que viene?", "por supuesto, ¡la París-Roubaix es la carrera más bonita del mundo!", contestó.
Bailarines del adoquín como De Vlaeminck o Boonen, fuerzas de la naturaleza como Merckx y Cancellara, valientes pioneros como Garin, Lapize o Deman. Todos ellos han sentido alguna vez lo mismo que de Rooy, y todos ellos han alimentado año tras año la leyenda de un deporte necesitado de épica, tragedia e historias de bardos. La de la París-Roubaix, el infierno del norte, la carrera más bonita del mundo.
Fotos: Cyclingtips