Llegan elecciones y tendremos extra de carriles bici ¿son la solución o el problema?
Se acercan las elecciones municipales y autonómicas en España y en los distintos programas electorales, hasta ahora solían haber propuestas de movilidad sostenibles que, en muchos casos, perpetúan un modelo que comienza a demostrarse como superado y caduco que no atiene realmente a las necesidades de quienes pedaleamos por la ciudad haciendo de la bici nuestro medio de trasporte. ¿Veremos una vez más lo mismo? Esto es lo que que nosotros le pediríamos a los futuros alcaldes de nuestras ciudades.
Los candidatos suelen proponer llenar las ciudades de carriles bici ¿son la solución?
Estos días comienzan a presentarse los programas electorales de los distintos candidatos lo largo de todo el país, y en ellos se hacen todo tipo de promesas a fin de que los ciudadanos les concedan la gestión de los recursos de pueblos y ciudades.
Con el cambio climático entre los temas candentes, son mayoría quienes incluyen, principalmente en las grandes ciudades, propuestas en favor de una movilidad más limpia y sostenible, faceta en la que la bicicleta juega un papel preponderante por su eficiencia como medio de transporte en una gran mayoría de los desplazamientos que se realizan en el interior de las ciudades para trabajar, ir a la compra o cualquier actividad de ocio.
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Sin embargo, a menudo estas propuestas quedan circunscritas al manido “carril bici, ya” con que nos bombardean desde hace décadas aquellos adalides del ciclismo urbano que abogan porque el único camino posible para que la bici se convierta en un vehículo de uso cotidiano es imitar lo que se hace en los países del norte de Europa sin pararse siquiera un minuto a preguntarse si realmente la situación allí es tan idílica como nos la pintan o si es lo más apropiado para la configuración de nuestras ciudades.
Como resultado, a menudo se construyen infraestructuras ciclistas innecesarias, innecesarias e incluso peligrosas, que reciben el rechazo de los propios ciclistas que se niegan a utilizarlas, lo que a su vez ahonda en el conflicto con los conductores, indignados porque quienes van en bici ocupen un sitio que parece propiedad exclusiva de quienes se sientan al volante.
A la hora de buscar una movilidad sostenible lo primero que deberíamos pedir a nuestros futuros gobernantes es que contaran con espíritu crítico y no se dejaran llevar por mantras repetidos desde hace décadas. Esos mantras que dicen que la bici no puede convivir con los vehículos motorizados y que, por su seguridad, ha de ser apartada de la circulación y confinada en reductos segregados, protegidos, en los que no hace falta saber nada más que montar en bici, pintados de rojo.
Sobre el papel suena fantástico hasta que analizas la configuración de las ciudades españolas y se demuestra que, al contrario que ocurre en las ciudades del norte de Europa, las poblaciones son compactas y densas por lo que el encaje de las vías ciclistas obliga a un alarde de diseño en el que siempre salen perdiendo bicis y peatones. Las primeras teniendo que sufrir unos trazados caprichosos que resta eficiencia a los desplazamientos e incluso crea multitud de puntos de peligro al multiplicar las intersecciones. Los pobres peatones por su parte han de aguantar como se usurpa parte de su exiguo espacio.
Pocas veces se tiene en cuenta a los peatones, que en España, al contrario que ocurre en esos países, es una de las principales formas de desplazamiento en ciudades compactas como las nuestras. Una forma de movilidad más limpia y sostenible que la bici y que debería ser priorizada. Sin embargo pocos son los consistorios que buscan favorecer la movilidad peatonal anteponiéndola a otros medios de transporte o eliminado las barreras. Baste echar un vistazo a la siniestralidad peatonal, auténticamente espeluznante. Por ejemplo, en Madrid se produjeron el año pasado 1.409 atropellos con 9 víctimas mortales.
A colación de la siniestralidad nadie cuenta ni reflexiona que en un país considerado como puramente ciclista como Países Bajos, el reparto modal del coche es superior al de aquí. Sí, es cierto que hay muchas más bicicletas, a costa de un menor número de peatones y de usuarios del transporte público. Pues bien, en un país tan ciclista como aquel, con apenas un tercio de la población de España y plagado de infraestructuras destinadas a su protección murieron nada menos e 291 ciclistas el año pasado, 84 más que el año anterior. Simplemente terrible.
Frente a las políticas segregacionistas que tanto convienen a los alcaldes ya que una foto junto a un carril bici recién estrenado vende bastante más que otro tipo de medidas, está el atajar los problemas de movilidad de las ciudades actuando directamente sobre la causa del problema: el uso irracional del coche.
¿Quién no conoce a quién coge el coche hasta para ir a comprar el pan? No se trata de prohibir el uso del coche sino de ponerle coto para que resulte más interesante ir caminando, en bici o en transporte público que tenerlo que mover. Sin embargo, en pocos programas electorales podremos leer el establecimiento de medidas de calmado del tráfico o de limitación del acceso a vehículos motorizados a residentes y servicios. Todo ello pese a que la Ley de Cambio Climático aprobada hace unos meses obliga a las ciudades de más de 50.000 habitantes a la creación de Zonas de Bajas Emisiones en sus núcleos urbanos.
En vez de eso se repiten propuestas como aparcamientos en el centro de las mismas, carriles bicis junto a grandes avenidas con 12 carriles de circulación, proyectos faraónicos para soterrar carreteras que únicamente esconden el problema bajo tierra y perpetúan que los coches sigan accediendo sin limitación hasta el mismo corazón de la ciudad.
Tristemente, en vez de apostar por la integración de la bicicleta en el tráfico de las ciudades para que esta vaya ocupando poco a poco el espacio que a menudo se otorga el coche, incluso desde colectivos ciclistas se sigue planteando el mantra de la segregación. Un apartar a la bici a un lado que únicamente sirve para perpetuar la libre circulación del coche, bajo el falso mantra de que pedalear por ciudad es superpeligroso, nada más lejos de la realidad si nos ceñimos a las cifras de siniestralidad. De los 44 ciclistas muertos en España en 2022 de los que apenas un 5%, cifra del año anterior al no haberse publicado aún el balance definitivo de 2022, sucedieron en vías urbanas.
Ojalá tuviéramos alcaldes que en vez de mirarse en el espejo de Países Bajos lo hicieran en el espejo de una ciudad como Pontevedra, ciudad de más de 83.000 habitantes que desde hace 20 años ha ido limitando más y más el uso del coche en sus calles incrementando sobremanera los desplazamientos a pie y en bicicleta. Por cierto, si les sirve de utilidad, frente a los que pregonan que poner coto al coche no tiene réditos políticos, mencionar que el alcalde de Pontevedra Miguel Anxo y su equipo se mantienen en el cargo desde el año 1999 pese al rechazo inicial de que tuvieron que sufrir sus políticas de movilidad.
Lo que está claro es que ante unas ciudades cada vez más atascadas y contaminadas hay que tomar medidas urgentes que mitiguen un cambio climático que cada vez comienza a ser más patente. Unas medidas en las que el uso de la bici, más allá de la concepción deportiva que muchos tienen de ella, se convierte en un útil aliado que merece no ser ninguneado y recluido a un rincón como mera herramienta de verdeo.