Por qué Armstrong nunca dio positivo por dopaje: "no había nada"
En diciembre de 2023 se cumplían 10 años desde que Lance Armstrong admitió, en una entrevista en el programa de Oprah Winfrey, que había utilizado sustancias dopantes durante su carrera. Ahora, el norteamericano desvela en un podcast cómo pudo dar negativo en los más de 500 controles que superó durante su carrera.
Los trucos de Armstrong para librar los controles
Durante la década de los 90 y la primera década del siglo XXI el ciclismo se forjó una fama de deporte asociado con el dopaje que, incluso hoy en día, arrastra como un estigma pese a lo mucho que se ha avanzado en la la lucha contra el uso de sustancias prohibidas. Si alguien representa el culmen de esa cultura del doping ese es el norteamericano Lance Armstrong quien tras retirarse victorioso con 7 Tour de Francia en su palmarés, decidió retornar a la competición varios años más tarde poniendo de nuevo sobre sí un foco que acabaría destapando todo un sistema de uso y suministro de sustancias dopantes en su entorno.
Acosado desde entonces por la investigación de la Agencia Mundial Antidopaje, Armstrong acabaría por claudicar, confesando todas sus prácticas relacionadas con el doping en el programa de la popular periodista Oprahh Winfrey. Una carrera basada en la mentira y el engaño que quedó recogida sin tapujos en el libro “La Rueda de la Mentira: La caída de Lance Armstrong” de la periodista de New York Times Juliet Macur o en la película “El Programa” de 2015, en la que su título alude a todo el sistema montado en el entorno de Armstrong para el uso sin pudor de sustancias para la mejora del rendimiento.
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Ahora, diez años después de aquello, Lance Armstrong volvía a hablar de ello en el podcast Club Random del presentador estadounidense Bill Maher donde describió lo que, por entonces, era una práctica habitual en el seno del pelotón.
Especialmente interesante es el relato de cómo evitaban los positivos en los controles. "No había nada" cuando el ciclista llegaba a pasar un contro. Todo estaba perfectamente planificado y estudiado para reducir la posibilidad de positivo al mínimo, en especial, la administración de las distintas sustancias y su tiempo de permanencia en el organismo. De hecho Armstrong habla de la EPO como del “combustible para cohetes que cambió todos los deportes de resistencia y que únicamente perduraba en el organismo 4 horas”, lo que que hizo que, a comienzos de los años 90 fuera totalmente indetectable para después comenzar a aplicar el criterio del 50% de hematocrito como método indirecto de poner coto a su uso hasta que, por fin, se instauraron los controles de sangre fuera de competición.
Aparte de eso, aunque Armstrong no mencionaba nada en la entrevista, hay que recordar que la propia UCI estuvo en entredicho cuando se destaparon los pormenores de su caso, con acusaciones que no pudieron ser demostradas en las que se decía que habrían tapado varios análisis positivos del ciclista como compensación por las aportaciones que el propio Lance hacía, irónicamente, a la lucha contra el dopaje. Aunque, como decímos, finalmente no se pudo demostrar nada y queda todo en el ámbito de las teorías de la conspiración.
Lo que sí está claro, y es algo corroborado por investigaciones como la de la Operación Puerto, o libros como los de Tyler Hamilton o David Millar, ciclistas de aquellos años que desvelaron su experiencia con el dopaje en aquellos años es que, como relata Armstrong, el dopaje había alcanzado un nivel científico, estaba tan planificado, que llegó a ir muy por delante de quienes lo perseguían.
De hecho, el ciclismo no consiguió poner cerco al dopaje hasta la instauración del pasaporte biológico. Un perfil de los valores sanguíneos de cada ciclista y que, gracias a unos determinados algoritmos que verifican cualquier variación en estos valores, es posible inferir de forrma inequívoca el uso de sustancias prohibidas o, al menos levantar la sospecha de las autoridades antidopaje que ponen el foco en ese deportista hasta que acaba cayendo.
Un ciclismo muy diferente el de ahora al que relata Lance Armstrong y en el que la ciencia del entrenamiento, los vatios, las concentraciones en altitud, la alimentación y, en general, cualquier ganancia marginal que pueda ser utilizada, han suplido a una cultura del dopaje que, pese a que alcanzó su auge en los primeros años del siglo XXI, venía acompañando a este deporte, desde prácticamente sus inicios.