¿Puede el talento suplir a la constancia en el ciclismo?
Mucho se ha debatido tradicionalmente sobre si el ciclista nace o se hace. Está claro que los grandes campeones atesoran una suma de ambos aspectos uniendo unas tremendas cualidades innatas con un trabajo duro y meticuloso. Pero, ¿y el resto de los mortales?¿se puede llegar al máximo nivel sólo con el entrenamiento?¿se puede estar entre los mejores sólo teniendo excelentes dotes?
Cualidades o trabajo ¿Qué es más importante para un ciclista?
Uno de los debates tradicionales del deporte en general y del ciclismo en particular y que seguirá candente ya que ni los propios entrenadores ni los científicos del deporte se terminan de poner de acuerdo sobre la importancia de cada uno de los aspectos sobre el otro.
Es cierto que, antiguamente, con un ciclismo menos competitivo, sin preparaciones tan científicas, era el talento innato el que acababa imponiéndose. Unas cualidades que, ante las salvajada de un paradigma que decía que para andar más había que montar en bici lo máximo posible y que determinaban parámetros tales como la capacidad de recuperación para asimilar tanto volumen de entrenamientos y competiciones.
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Hoy en día las preparaciones son más científicas, todo está estudiado al límite y se raspan ganancias de cada ínfimo aspecto. El trabajo y la constancia se han convertido en esenciales a la hora de mejorar el nivel. Prueba de ello es, simplemente, lo que ha evolucionado simplemente el nivel del ciclista común. Hoy es fácil encontrar gente que se cuida y entrena concienzudamente y que, pedalean a un nivel realmente alto
Sin embargo, alcanzar el profesionalismo ya es otro cantar. Sin una genética que nos proporcione aspectos como un buen VO2max, habitualmente uno de los principales definidores de la capacidad bruta del motor del ciclista, o características innatas en aspectos como una buena economía del esfuerzo o una determinada composición muscular ese nivel es innacesible.
Incluso dentro del profesionalismo la clase innata sale a relucir. Lo hemos visto por ejemplo en las últimas campañas de ciclocross. Los mejores del mundo de la especialidad peleando por ser los mejores para que luego lleguen los Van Aert y Van der Poel y, sin haber preparado estas competiciones específicamente, arrasen frente a los, repetimos, mejores del mundo.
Luego están los grandes campeones en los que capacidad de trabajo, una mente preparada para afrontar todas las exigencias de la competición al máximo nivel y una genética privilegiada se dan la mano en una perfecta combinación para regalarnos esos ciclistas que marcan época.
En cualquier caso, no todo está perdido ya que, si bien ciertas cualidades son necesarias para brillar, dependiendo del nivel y del tipo de competición el entrenamiento u otras características como una buena visión de carrera pueden ser suficientes para que un ciclista pueda brillar. Siempre nos viene a la mente el ejemplo de Juan Antonio Flecha, uno de los mejores clasicómanos españoles. No era el más fuerte, no era el más rápido llegando, sin embargo a base de trabajo, de empaparse de toda la mística de los adoquines, rozó en varias ocasiones la victoria en la París-Roubaix.
Aun a sabiendas de que nuestra herencia genética no nos va a permitir ganar el Tour de Francia por mucho que entrenemos, sabiendo la importancia del trabajo bien hecho sobre la bici hay algo que el común de los cicloturistas puede aplicar para elevar su nivel al máximo. La principal receta no es otra que la constancia. No es cuestión de hacer mejores o peores entrenamientos pero sí de ser constante en lo que hagamos. El ciclismo es un deporte en el que las ganancias se van sumando año a año. Si además, ya introducimos un entrenamiento bien planificado, nos planteamos objetivos adaptados a nuestras cualidades y aprendemos a conocernos a nosotros mismos para saber sacar el máximo partido de nuestros puntos fuertes, tendremos mucho camino andado para, a base de trabajo, suplir en la medida de lo posible eso que la genética nos ha vetado.