Carreras míticas sobre pavé
Pavés, palabra derivada del término francés pavé alude al adoquinado que recubre caminos y carreteras. Una superficie en otro tiempo mucho más habitual en campos y ciudades que con el avance del siglo XX fue dejando espacio al más versatil asfalto. Sin embargo, para el ciclista aún sigue asociándose a carreras épicas y ciclismo de otros tiempos. Las clásicas de primavera, a lo largo del mes de marzo y abril, principalmente en tierras belgas, aunque su cenit se encuentre en la París-Roubaix, mantienen vivo año tras año el espíritu de estas carreras de antes.
Piedras cargadas de historia: el pasado del pavé
El pavé o pavés es una calzada hecha de adoquines. Al modo de las antiguas calzadas romanas, los bloques de piedra maciza se suceden, formando un puzle maravilloso de figuras geométricas. Esa imagen romántica contrasta con su dureza: ir en bicicleta sobre pavés es muy exigente y hacerlo a buen ritmo y sin riesgos está al alcance solo de aquellos con una depurada técnica sobre esa superficie.
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Antes de mediados del siglo XX, los caminos y calles de las ciudades se empedraban para facilitar su conservación y el tránsito ante el paso de carros y caballerías, los únicos vehículos disponibles, hasta que hicieron su aparición los primeros coches a finales del siglo XIX, prácticamente a la par que la bicicleta comenzaba a convertirse en un popular medio de transporte.
Esta superficie dura y resistente era especialmente necesaria en lugares donde la lluvia tenía presencia frecuente y convertía los caminos en intransitables lodazales. Es por ello que es una imagen que asociamos mucho más al norte de Europa pese a que por nuestras latitudes también era superficie habitual en las ciudades.
La generalizaciónd el uso del coche y la incomodidad que los adoquines añadían a unos vehículos que cada vez circulaban a mayor velocidad hizo necesario buscar otro tipo de firmes, recurriéndose con el pasar de los años cada vez más al asfalto que poco a poco iba enterrando el pavés bajo una capa de alquitrán y betún.
Las carreras ciclistas, que comenzaron a disputarse en paralelo a la construcción de las primeras bicicletas de seguridad, como se denominaban a finales del siglo XIX a las bicis tal como las conocemos hoy, con dos ruedas de igual tamaño, transmisión por cadena, etc. frente a los aparatosos velocípedos con sus ruedas delanteras gigantes. Carreras que se disputaban sobre las carreteras que existían en aquellos momentos sin importar si bajo las ruedas había tierra, lo más habitual o adoquines.
De estas fechas datan carreras que aún hoy permanecen en el calendario como son la propia París-Roubaix, cuya primera edición se disputó en el año 1896; la Lieja-Bastoña-Lieja, conocida como la decana, que data de 1892 o la Milán-Turín, la prueba más antigua del calendario y que comenzó a celebrarse en 1876. Unas pruebas que, con el avance del siglo XX nos dejaron en los registros fotográficos gran parte de la iconografía que hoy asociamos a estas pruebas.
Sin embargo, como decíamos antes, el asfalto poco a poco fue ganando terreno a los adoquines, quedando estos cada vez más en el olvido salvo en las tierras flamencas en las que sus carreteras adoquinadas que vertebran las comunicaciones entre las amplias zonas rurales de Flandes, de un urbanismo disperso, continuaron siendo utilizadas y mantenidas.
Sin embargo, la París-Roubaix, la carrera que había puesto en el imaginario ciclista a los ciclistas cubiertos de barro mientras pedaleaban sobre irregulares tramos de caminos rurales pavimentados con adoquines decaía y se convertía poco a poco en una insulsa prueba llana con la desaparición de estos tramos y los constantes cambios de recorrido. Hasta que en el año 1968 la organización de la carrera decide rehacer el trazado buscando carreteras secundarias y caminos rurales. momento en el que se descubre el mítico bosque de Arenberg, quizás el tramo de adoquín más mítico del ciclismo.
Comenzaría entonces la movilización por salvar la esencia de esta prueba con recogidas de firmas a fin de preservar los caminos adoqiunados, la disputa de pruebas cicloturistas y en 1982, el nacimiento de Les Amis de París-Roubaix, asociación dedicada desde entonces a salvaguardar los tramos adoquinados por los que transcurre esta prueba y que son revisados y reparados año tras año por sus miembros.
Una superficie muy particular y que hoy en día causa espectación y opiniones encontradas cada vez que se introduce en una carrera, en especial si esta prueba es el Tour de Francia que cada cierto tiempo traza una etapa por estos tramos, como la que pudimos disfrutar en la 5ª etapa del Tour de Francia 2022 y que nos brindó un tremendo espectáculo con la ofensiva de Tadej Pogacar, la caída de Primoz Rogliz o la defensa ferrea de sus líderes que realizó Wout Van Aert.
Las peculiaridades de pedalear sobre el pavés
Rodar sobre el pavés es algo atípico y que obliga al ciclista a aplicar una técnica específica a la hora de pedalear para conseguir avanzar de la forma más eficiente. Aparte, no es algo exento de riesgos cuando lo hacemos sobre una bicicleta de carretera donde aumentan las posibilidades de sufrir un pinchazo o una caída. Ya no hablemos si la lluvia hace su aparición y convierte las piedras en una superficie cubierta de barro sobre la que mantener el equilibrio se convierte en un auténtico arte.
A la hora de pedalear sobre los adoquines en primer lugar juega un papel importante la propia bicicleta. Los modelos actuales cada vez aceptan cubiertas de mayor balón, siendo el volumen de aire la primera línea de defensa frente a los continuos impactos a los que nos someten los adoquines. Aparte, las marcas han ido desarrollando modelos específicos de bicis de carretera de cara a afrontar con las mayores garantías una prueba como la París-Roubaix.
Ya en los años 80 podíamos ver bicis con ángulos de dirección y distancias entre ejes desproporcionadas a fin de buscar la mayor estabilidad y absorción sobre el pavés. En la actualidad, este rol queda para las bicis de estilo gran fondo, nacidas con orientación cicloturista aunque, en el caso de algunas firmas como Trek, Specialized o Cervélo también son auténticas máquinas de competición con unas geometrías más estables y unos laminados de carbono en los que se prima el filtrado de los impactos.
La otra mitad de pedalear de forma efectiva sobre el adoquín corresponde a la técnica del ciclista, algo complicado de aplicar cuando rodamos sobre el pavés y que conviene aprender si no queremos acabar completamente destrozados tras tan sólo unos kilómetros sobre esta superficie.
La posición ideal para pedalear sobre el pavés es bien asentados sobre el sillín, si acaso tratando de retrasar el peso sobre el mismo para dar mayor apoyo a la rueda trasera. Procuraremos mantener una pedalada ágil pero constante y sin brusquedades, a lo que en ocasiones ayuda el llevar un piñón menos de lo que habitualmente usaríamos en un punto concreto aunque sin ser tan duro como para llevar a atrancarnos.
Si embargo, lo que realmente marca la diferencia es elegir la presión ideal en nuestras cubiertas de forma que encontremos el equilibrio entre un buen rodar en los tramos de carretera, suficiente absorción, agarre y evitar que los impactos alcancen a dañar nuestras ruedas. Un aspecto al que los corredores profesionales dedican largas jornadas de pruebas durante las semanas previas a la carrera y que resulta decisivo en el resultado final.
En las largas bicis con geometría tradicional los ciclistas optaban por agarrar en la parte horizontal del manillar para poder flexionar bien los codos logrando así una óptima absorción. Con las bicis actuales, de cotas más recogidas, esta imagen ha ido quedando en la historia y los ciclistas permanecen agarrados a las manetas aunque aumentando la flexión de codos para favorecer la necesaria amortiguación.
El secreto para evitar que el pavés nos machaque es el agarre al manillar. Ya sea en la parte horizontal del manillar o sobre las manetas, las manos tienen que ir sueltas, simplemente cubriendo el contorno para evitar que se nos escape el agarre, pero sueltas, permitiendo al manillar bailar entre ellas y que sea la propia bici la que vaya buscando su camino sobre las piedras. No son pocos los que por temor o inseguridad agarran con fuerza el manillar al afrontar los tramos y el resultado es que, en una bici de carretera sin ningún tipo de suspensión, los impactos de las piedras siempre van a llevar las de ganar, provocando el agotamiento de los músculos de los brazos e incluso hemos visto a ciclistas con las palmas de las manos completamente en carne viva.
También es importante elegir la mejor trazada en el tramo. En los adoquines de París-Roubaix, caminos rurales habitualmente transitados por tractores y otros vehículos agrarios el pavé va cediendo ante el paso de estos vehículos, quedando abombado en su parte central y totalmente destrozado en el centro. También ocurre en menor medida en los tramos flamencos, más planos pero con el adoquín de las zonas de roderas más deteriorado que en otras partes.
Debemos por tanto estar permanentemente atentos al terreno para ir decidiendo cual es la zona que se encuentra en mejor estado e ir reaccionando con rapidez para ir cambiando nuestra posición sobre el firme, del centro, a los laterales, aprovechando si existen los vierteaguas laterales, todo vale con tal de no perder impulso y dejarnos la menor cantidad de fuerzas en los tramos.
Cuando la lluva hace su aparición todo se vuelve mucho más "divertido", teniendo que sumar a todo lo anterior un tacto y unas trazadas precisas para evitar cualquier tipo de brusquedad que nos lleve al suelo en una superficie que se convierte en una auténtica pista de patinaje.
Si hablamos de Flandes la cosa cambia ya que, pese a que también existen tramos llanos, el pavés característico suele estar asociado a las empinadas colinas que jalonan el paisaje donde, al terreno irregular y menor adherencia del adoquín hay que unirle unas pendientes a menudo por encima de los dos dígitos. Mantener la tracción se convierte en lo más importante, teniendo que aplicar una técnica que resultará familiar a quienes practiquen Mountain Bike y que consiste en jugar con el peso para mantener el equilibrio entre la rueda trasera de forma que no pierda agarre con los impulsos de nuestras pedaladas y, a su vez, dotar de suficiente peso a la parte delantera para poder elegir la mejor trazada y evitar que la rueda delantera se levante y nos desequilibre.
En el adoquín no hay término medio: o lo adoras o lo odias. En cualquier caso, pedalear por los descarnados tramos de Roubaix o los empinados muros de Flandes es una experiencia única que vosotros también podéis disfrutar participando en las marchas cicloturistas que, en los días previos a las pruebas profesionales, recorren estos adoquines sobre los que se ha escrito una gran parte de las páginas más épicas de la historia del ciclsimo.
Las carreras míticas del pavés
Como os decíamos antes, la temporada del adoquín se centra principalmente en el mes de marzo hasta primeros de abril donde se disputan las clásicas flamencas, pues es en esta región de bélgica donde tienen lugar la mayoría de las pruebas, prácticamente todas circunscritas a una pequeña área al sur de las ciudades de Gante y Brujas y que alcanza prácticamente hasta la frontera con la vecina Francia. Es precisamente este país el que acoge la que irónicamente es la prueba reina del pavés, la París-Roubaix, en una semana mágica en las que la prueba francesa sucede a la disputa del Tour de Flandes apenas 7 días antes.
Estas son las principales carreras que marcan el calendario del clásicas de primavera del pavés:
Omloop Het Niewsblad
El calendario de clásicas flamencas arranca el último fin de semana de febrero con la disputa de esta carrera que en los últimos años ha unido Gante con la pequeña localidad de Ninove, en las proximidades de Bruselas.
Además de ser el estreno de la campaña del adoquín, destaca por un recorrido que en los últimos años ha optado por emular, con mucho menor kilometraje, claro está, al que era tradicional en el Tour de Flandes hasta hace una década y que finalizaba también en Ninove tras un emocionante final en el que se incluía el paso por el mítico Muur-Kapelmuur, uno de los pasos legendarios del ciclismo y lugar de peregrinación para cualquier amante de este deporte que visite Bélgica.
Gante-Wevelgem
En el camino que conduce hasta el grán día del ciclismo flamenco, la disputa del Tour de Flandes, la Gante Wevelgem se convierte en el último test en el que los ciclistas que van a disputar el segundo monumento de la temporada verifican si su preparación para ese día ha sido la apropiada.
En este caso el trazado, pese a lo que indica su nombre no se inicia en Gante desde hace el año 2003 sino que transcurre en torno a Wevelgem, junto a la frontera francesa por lo que la sucesión de muros que se afrontan no es la del Tour de Flandes, siendo el punto de referencia el conocido Kemelberg una colina con distintas alternativas por la que la carrera transita en varias ocasiones, convirtiéndola en un auténtico espectáculo para el público.
Tour de Flandes
Considerada como uno de los 5 monumentos del ciclismo, esta carrera constituye en Bélgica un acontecimiento deportivo de primer nivel, comparable por su seguimiento mediático al que podría tener en nuestro país un partido de fútbol entre Real Madrid y FC Barcelona. Todo el país se vuelca en la carrera, se colocan carpas VIP por las que se pagan importantes sumas de dinero en los lugares estratégicos del recorrido y cada rincón del trazado se llena de apasionados del ciclismo dispuestos a animar a sus ídolos.
Más de 250 kilómetros con una parte inicial habitualmente llana, y que da paso a un tramo final, que abarca aproximadamente unos 150 kilómetros donde se suceden los empinados muros, unos adoquinados y otros no que van seleccionado la carrera. Entre los puntos clave se encuentra el mítico Koppenberg, una empinada colina que supera el 20% de pendiente y de adoquines completamente destrozado o, en la última década, tras fijar su centro neurálgico en la localidad de Oudenaarde, que también acoge el museo temático de esta carrera, el bucle que enlaza los muros de Oude Kwaremont y Paterberg por donde los ciclistas transitan hasta en tres ocasiones para deleite del público.
París-Roubaix
Enlazando con el Tour de Flandes y también incluida entre los 5 monumentos del ciclismo, la París-Roubaix, que no se inicia en Paris sino en la localidad de Compiegne, 100 km al norte de la capital francesa, es sin duda la prueba más icónica de nuestro deporte.
De perfil totalmente llano, es la sucesión de sus durísimos tramos de pavés la que crea una selección natural en la que habitualmente, el más fuerte es quien se lleva la victoria. Aún así, históricamente es unan prueba que ha presentado vencedores inesperados ya que su escaso desnivel hace que integrarse en la fuga inicial sea una garantía para llegar lejos e incluso poder seguir a los favoritos una vez que se desata la batalla definitiva.
Los tramos de adoquín se encuentran categorizados según su dificultad entre 1 y 5 estrellas, siendo los puntos más calientes el paso por el mítico bosque de Arenberg, lugar donde se suelen iniciar las hostilidades entre los favoritos a la victoria. Más adelante la siguiente referencia es el tramo de Mons en Pevele, de tremenda dificultad no sólo por el estado de sus pavés sino también por su trazado revirado con varias curvas muy complicadas y, por último, el famoso Carrefour de l'Arbre, última oportunidad para decidir la prueba si es que esta no viene ya destrozada.